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Pregón de

Don Juan Rogelio

Martín

Galera

 

 

Queridos paisanos:

 

Estoy emocionado de poder hacer este pregón de las fiestas, pues aunque por mi profesión he participado en diversos foros con ponencias sobre temas profesionales, hoy es un día especial para mí. Ante todo, quiero agradecer a la Hermandad de la Virgen de la Cabeza, así como a las comparsas de moros y cristianos el haber tenido a bien darme la oportunidad de proclamar el comienzo de estas fiestas. Que sin duda reunirán a tantos paisanos que vuelven desde muchos lugares de dentro y fuera de España a los que emigraron por varios motivos.

 

En primer lugar, debo testimoniar la memoria de mi padre, que llegó a este pueblo desde la otra punta de la provincia, formando aquí una familia numerosa en la que siempre se ha bendecido a Dios y a la Virgen (recuerdo cuando era pequeño y vivíamos en la calle Bendo, que mi padre hacía que todas las noches rezáramos en familia el Rosario); y mí casa estaba abierta a todos; los lunes era una algarabía, pues muchos que venían de los anejos y cortijos a comprar al mercado se quedaban a comer, atendidos por mi madre, siempre contenta en los preparativos, y por mi padre que respondía a las consultas que le hacían. El fue Maestro, que no digo profesor, de algunas generaciones, y yo sé que intentó formar hombres integrales tanto en el aspecto intelectual como moral. Tengo la certeza de que nos mira desde el cielo, junto con mi madre, mi cuñado Juan y tantos familiares, amigos y paisanos nuestros que ya han experimentado la misericordia  de Dios.

 

Recuerdo éste, mi pueblo, con cariño, pues en él pasé mi niñez: cuando apenas había coches, los níños podíamos campar alegremente por sus calles. Los recorríamos desde lo más alto del barranco deteniéndonos tantas veces en la era de las fiestas y en el porche bajando por la cuesta Turrillas hasta las casas por la Kaicuta y por los caños del Chimuza (agua con la que tantos de los que hoy estamos aquí fuimos bautizados), y siempre de fondo en el cerro la torre con la Virgencita que nos miraba a todos sin juzgar nuestras travesuras, sino más bien justíficándonos  con amor de madre.

 

Entre mis recuerdos hay otros lugares queridos: la Venta del Peral y a los Charcones, donde vivían mi tía Rita y mi tío Ángel, que me dejaban hacer todo lo que quería dentro de un orden. También cuando llegaba el verano y la época de la siega, el cortijo "casalaba", donde habitaba el tío Juan Mateo. Allí nos trasladábamos en familia y disfrutaba comiendo migas con los segadores y durmiendo en la era.

 

La vocación a la medicina me surgió viendo cómo hacían su trabajo los tres médicos que había en el pueblo por aquellos años. Recuerdo que cuando mi abuela Margarita se sentía enferma me hacía llamar al médico y cuando éste llegaba se sentaba junto a la mesa camilla, le preguntaba qué le pasaba y estaba hablando un rato con ella, mientras tomaba un vaso de vino y una tapa o bien un café de pucherote, según la hora, y le dejaba una receta que acababa en la leja y nunca llegábamos a  comprar, pues había bastado la conversación para curarla. A veces he comentado con algunos compañeros si realmente no somos médicos de pueblo frustrados.

 

Aunque también ha influido en mi vocación de traumatólogo las visitas a las fraguas del tío Nicasio, Adrián el "Tiznajo" y a la carpintería de Pedro, y a veces digo de guasa si no somos herreros y carpinteros distinguidos.

 

A mí también Dios me ha regalado el formar una familia con mi mujer Maricarmen, bendiciéndonos con seis hijos, una nuera y un yerno, más los que puedan agregarse, y casi tres nietos, y digo casi porque tengo uno con año y medio y esperando otros dos. Desde el primer momento nosotros teníamos claro lo que queríamos que fuera nuestra familia, una iglesia doméstica en la que se pueda bendecir a Dios en las alegrías y en las penas. Esto no ha sido fácil, pues hemos tenido también enfermedades y pruebas. Hemos salido adelante porque Dios nos ha regalado redescubrir la fe y ver que en nuestra debilidad contábamos con su fuerza. Como ejemplo puedo decir que cuando operaron a mi mujer de un tumor cerebral yo reuní a mis hijos y les dije que pasara lo que pasara nunca en su vida dudaran del amor de Dios hacia nosotros.

 

Cuando me encargaron de hacer este pregón empecé a documentarme sobre estas fiestas y he encontrado referencias de que en el pasado se celebraban en el término municipal de Cúllar hasta tres representaciones de las fiestas de moros y cristianos: dos en el casco urbano de Cúllar, por la fiesta de San Sebastián y por la Virgen de la Cabeza, y otra en Pozo Iglesias el día de San Torcuato. Parece ser que es el único lugar donde ha habido tantas fiestas sobre el mismo tema.

 

No se sabe a ciencia cierta el origen de los papeles que se representan, aunque parece que se debieron a algún autor de la Iglesia, parece ser que era un eremita, que pretendía formar y catequizar a las gentes de estos lugares, afianzando en ellos la fe Cristiana, de igual manera que se hacía con los autos sacramentales.

 

A partir de la década de los ochenta, se ha recuperado solamente la fiesta que hoy comenzamos a celebrar, y siempre coincidiendo con el último domingo de abril en honor de la Virgen de la Cabeza (virgen chica), que se completa el 3 de mayo con la fiesta de la Cruz. Estas fiestas van unidas: nos presentan a la Virgen de la que nace el mismo Dios que se encarna con la misión de clavarse en la cruz para perdonar nuestros pecados y por su resurrección abrirnos la vida eterna.

 

Pero yo me preguntaría si este sentido profundo de nuestras fiestas interesa hoy. Todos vemos el sufrimiento que existe en el mundo, tantas familias destruidas, tantos abortos, tantas guerras, tantos odios, tanta sangre derramada por inocentes. Podemos preguntarnos ¿hemos perdido  el oriente?, ¿será que a esta generación se le ha cerrado el cielo? Porque como dice San Pablo, si no existe la vida eterna "Comamos y vivamos porque mañana moriremos". Pero yo puedo ser testigo ante vosotros de que existe la vida eterna, porque la he experimentado: cuando he tenido sufrimientos o enfermedades y no me han destruido, ni deprimido, diferencias con algunas personas y he podido pasar  a la reconciliación, en la fuerza de Jesucristo.

 

Y esta fuerza la he recibido en la Iglesia con otros hermanos, algunos de ellos están perdiendo la vida en todo el mundo, Japón, China, EEUU, Nica­ ragua, Perú, El Salvador, anunciando esta verdad: que Cristo existe ayer, hoy y siempre, y que es el único que puede salvar a esta generación, que cada vez avanza más en la técnica y en la globalización, pero que ha perdido el valor y el sentido de la vida, la familia y la alegría.

 

Pero ya que estamos de fiestas podemos mirar a nuestra Virgen en otra fiesta: la de las Bodas de Canaan, si alguien tiene preocupaciones o tristezas, podemos pedirle el Vino nuevo que nos dé vida, y escuchar cómo Ella nos dice: Haced lo que Él os diga. ¿Cómo ser hijos de esta Madre sin pararnos y escucharle a ella y a su Hijo? ¿Qué nos dice Jesucristo? Yo soy la Vida: fuera de Él no encontramos nada. Sólo en Él está el sentido de la vida y de la muerte, que es nuestro problema definitivo, porque Él nos ha perdonado y nos ha ganado la Vida eterna, la vida buena, para que la disfrutemos aquí, libres de cargas, de rencores, pudiendo perdonar, amar y disfrutar verdaderamente con este vino nuevo. Bienvenidos seáis todos.

 

¡Felices Fiestas! ¡¡Viva la Virgen de la Cabeza!!

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