Pregón de
Don Manuel
Gallardo
Zafra
Estoy ante vosotros como amigo en el comienzo de estas fiestas del 2005 en honor de Nuestra Madre, la Santísima Virgen de la Cabeza. Ella nos reúne un año más con cariño de madre en la plaza de nuestro pueblo. Nosotros, hijas e hijos suyos, nos disponemos a iniciar unos días de descanso de alegría, de diversión y convivencia, de encuentro entre familiares y amigos, de atención generosa a quienes nos visitan, compartiendo la fiesta y la devoción a nuestra Virgen, Madre de todos, que goza viéndonos unidos, alegres, gozando del descanso y distracción, para proclamar bien alto que LA QUEREMOS, que es por ELLA y en su honor que vivimos estas fiestas como buenos hijos de la mejor de las madres.
Quiero manifestaros, amigas y amigos, mi agradecimiento sincero por estar esta noche con vosotros en este acto entrañable como pregonero en las fiestas en honor a la Virgen de la Cabeza. Me siento temeroso. Sé que no merezco este honor. Estoy convencido de que hay personas con más méritos, sabiduría, corazón y más talento que yo.
Fui invitado a este pregón a principios de febrero. Me resistí lo que pude. Acabé aceptando, un poco abrumado por la responsabilidad de hablar en público, y otro poco empujado por mi deseo de reconocer aquí, en público, ante el pueblo de Cúllar la deuda que tengo con la Santísima Virgen de la Cabeza, y con todos vosotros, grandes y chicos, jóvenes y mayores ¡Gracias por esta oportunidad! Os cuento enseguida lo que siente mi corazón.
Llegué a Cúllar en septiembre de 1995, nombrado por el Sr. Obispo, para servir a las personas de la Parroquia de la Asunción de Cúllar, y a las personas de sus anejos: Matián, Venta Quemada, Vertientes, Tarifa, Pulpite, El Margen, Venta del Peral y Pozo Iglesias. Venía tímido y encogido por dentro, porque pensaba en un gran pueblo, sabía la recia personalidad humana y calidad religiosa de los párrocos Don Manuel Gallardo Capel, Don Francisco Domingo Lorén, Don Eusebio Abellán Amber, a quien sustituía. Temía no tener capacidad para servir dignamente a estas personas acostumbradas a tan buenos servicios parroquiales, tanto cariño y entrega de sus magníficos párrocos. Por eso, le comenté al Sr. Obispo: "Cúllar es demasiado arroz para este pollo". El Sr. Obispo se sonrió y yo me vine para acá.
El día que tomé posesión de la parroquia hubo una misa, como es propio, traía preparado un buen sermón, pero me puse nervioso, perdí los papeles y sólo atiné a decir lo que realmente brotaba de mi corazón, "que me ponía bajo el amparo de la Virgen de la Cabeza para poder servir de corazón a los cristianos de Cúllar, que deseaba la pronta apertura de la Casa de la Caridad y la vuelta de las monjas".
En los últimos días de septiembre de 1995, el 29 o el 30, empecé a vivir en la casa parroquial, aquí en Cúllar. Me encontré a gusto, conecté bien con las personas que iba tratando, fui conociendo los barrios, hablando con las personas, jóvenes, niños y mayores, iba captando nobleza, respeto, aceptación y simpatía de estas gentes y este pueblo, me iba sintiendo cada vez más a gusto y contento; y por ello, agradecido al pueblo, y maravillado porque aquel temor de los primeros momentos se iba cambiando en confianza y seguridad; encontré nobleza y bondad, encontré no unas parroquias a quien servir, sino una familia a quien querer, y por quien me sentía querido.
El primer o segundo día de vivir en Cúllar le pedí al compañero sacerdote D. Santiago las llaves de la ermita de la Virgen de la Torre para subir a saludarla, y pedirle ayuda, que buena falta me hacía. Terminé la comida, y sin decir nada a nadie, me encaminé a la Torre. Subía emocionado, confiado, como un niño con zapatos nuevos; me veía a solas en la altura con la Santísima Virgen, pero... no estaba solo, alguien que quiere a la Virgen mucho más que yo, estaba allí, esperándome, me acompañó, me lo explicó y enseñó todo, rezamos juntos, me bajó en su coche para que no me cansara, y, como era la hora, me invitó a café.
Quizás os estoy cansando, disculpadme, sólo quería deciros que es estas cosas, si queréis, pequeñas, ya experimenté y recibí en Cúllar, la humanidad, el respeto, la nobleza y generosidad de sus gentes, y esto es grande e importante, por eso os lo cuento, para deciros que me hicisteis muy feliz, que nunca podré agradeceros, ni mucho menos pagaros el cariño que tengo recibido de este noble pueblo de Cúllar.
Teníamos la Casa de la Caridad cerrada, era una herida que nos dolía a todos. La casa necesitaba obra. Ancianas y ancianos habían sido realojados en otras residencias. Las monjas se habían marchado. Muchas personas me preguntaban, ¿cuándo vuelven a abrir la Casa de Caridad? Incluso vino un matrimonio a que los apuntara, para entrar si fuera posible desde el día "porque en nuestra casa ya no podemos vivir". En las fiestas de San Agustín de 1995 un grupo de matrimonios de Cúllar, animados por Don Eusebio, montaron un chiringuito con el fin de recaudar dinero para rehabilitar la Casa de Caridad. Los primeros días del mes de octubre empezaron los albañiles a trabajar. Muchas personas, hombres y mujeres, e incluso niños, me paraban en la calle y me daban su dinero para ayudar en la obra, todo ello con alegría, con cariño e ilusión. Puedo decir que el pueblo entero de Cúllar, unos de una manera y otros de otra, participó y colaboró. Sólo refiero el caso de una familia. El padre me decía: "dinero no puedo darle, estoy en el paro, mis hijas e hijos andan trabajando en los hoteles, pero lo que podamos mi mujer y yo con nuestras manos y nuestro trabajo cuente con ello, la Casa de caridad es algo nuestro, nuestros padres llevaron muchas cargas de piedra y arena para construirla, y nosotros continuamos lo que vimos en ellos". Como este caso podría contar muchos. Vosotros conocéis bien la realidad. Poco a poco fui comprendiendo que un pueblo unido, generoso y entregado era la gran bendición que Dios nuestro Señor y su Stma. Madre ponían en mi camino. Iba perdiendo el miedo del principio, crecía en mi interior la confianza, el optimismo y la esperanza, no porque yo hubiera hecho nada, sino porque comprobaba que con unas gentes como las del pueblo de Cúllar se puede conseguir todo, y así ha sido en el caso concreto de la Casa de Caridad, con las Hermanas Franciscanas de la Purísima y las ancianas y ancianos son la alegría y la corona de este noble pueblo.
Sin sentir, casi sin darme cuenta, iban pasando los días, comenzó la catequesis, las reuniones de un buen grupo de jóvenes, comidas y cenas para ayudar a la Casa de Caridad, y yo iba comprobando la calidad, nobleza, empuje y talento de las gentes de Cúllar, ellos lo iban haciendo y consiguiendo todo. La verdad, queridas a migas y amigos, es que me sentía muy a gusto con vosotros. Si me faltaba algo, llegó el primer domingo de Octubre, salió el Rosario de la Aurora, madrugada de oración, música, tradición, convivencia y devoción, aquello iba subiendo de tono en positivo para mí.
Pronto, el 12 de Noviembre fui llamado a otro destino, a otra misión. Quien me había traído a Cúllar, me llevaba por el camino de la enfermedad, a otra manera de vivir y servir. Yo estoy convencido de que si una hoja no se cae de un árbol sin la voluntad del Señor, lo que sucede en la vida de los hombres no sucede por casualidad. A mí me bendijo el Señor trayéndome a Cúllar, en Cúllar me bendijo con mi enfermedad, y aún continúa bendiciéndome y haciéndome feliz en mi vida de cada día.
En aquellos días de hospital y recuperación experimenté muchas cosas, muchos detalles, visitas, llamadas, atenciones y cariños, que guardo muy dentro de mí con gratitud y emoción. Puedo reconocer que Cúllar se volcó como una verdadera madre con este hijo caido. Agradeceré mientras viva todo cuanto tengo recibido, y siento que nunca podré corresponder como os merecéis, ni mucho menos pagaros vuestro cariño, pero por lo menos lo reconozco y os lo digo: mi cariño está con vosotros.
Mi familia, en aquellos días, mi hermano Fernando, su esposa y sus hijos, captaron lo que acabo de decir con extrañeza, y me preguntaban por qué Cúllar había respondido tan generosamente conmigo. La familia al completo comprendimos que únicamente la nobleza y bondad de este pueblo se manifestó y se sigue manifestando aún hoy día.
Cuando me ví perdido entre cables, sueros, parches, aparatos, medicamentos y personal sanitario, sabía que estaba en buenas manos. Madre de la Cabeza, repetía en mi interior, Madre Mía, y pensaba en la Virgen de la Torre y ... en mi madre. La ayuda del Señor, por intercesión de su Madre Bendita y la medicina, me tienen aquí. Gracias de corazón.
Tengo que felicitaros. Este año celebra el pueblo de Cúllar 500 años de vida de su Parroquia de la Anunciación. Son muchos años. Cúllar ha hecho a su parroquia y la Parroquia ha hecho a Cúllar. ¡Enhorabuena por cumplir 500 años de vida cristiana! Que esta querida parroquia siga siendo el hogar cálido y cariñoso para todos y todas, que la fe y el amor continúen engrandeciendo la nobleza y la bondad de grandes y pequeños.
A la vez que doy gracias, pido a la Virgen de la Cabeza que el cariño que yo he recibido y gozado en Cúllar lo sigáis viviendo cada uno de vosotros, vuestros padres, abuelos, hijos y nietos, que continuéis pareciéndoos a vuestra madre la Stma. Virgen, pequeñita para estar más cerca de cada uno de nosotros, grande, muy grande para consolarnos, socorrernos, ayudarnos, defendernos y llenar nuestras vidas de dulzura y esperanza.
Quiero terminar. Estoy seguro de que mi madre y mi hermano nos miran desde la Gloria, ellos no pueden venir físicamente a daros las gracias por todo; ahora sus hijos y nietos sí están aquí para en su nombre y en el mío propio, daros las gracias, y deciros que nosotros también os queremos.
¡VIVA LA VIRGEN DE LA CABEZA!
¡VIVA EL PUEBLO DE CÚLLAR!
¡FELICES FIESTAS A TODOS, MOROS Y CRISTIANOS!