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Pregón de

Don Juan

Carrión

Pérez

 

 

(Extracto)

 

Sr. Presidente y demás representantes de la Hermandad de la Virgen de la Cabeza, Reyes Moros y Reyes Cristianos, componentes de todas las comparsas, visitantes y amigos, queridos paisanos. Buenas noches a todos:

 

Quiero que mis primeras palabras sirvan para reiterar mi agradecimiento a los responsables de que en este momento me encuentre  aquí, y  quiero acentuar  este agradecimiento  en un doble sentido. Primero, en el hecho de que por razones que ignoro, y de las que estoy tan sorprendido como muchos de vosotros, se hayan acordado de mí siendo tantos los cullarenses de nacimiento o adopción que por diversas causas deberían ocupar hoy este lugar. Segundo, la consideración de mis escasos méritos en relación con los de los pregoneros que me han precedido y a los que desde esta tribuna quiero expresar mi consideración y respeto.

 

En un momento como éste, y sólo por el deseo de obsequiarlos, uno quisiera tener la fluidez del lenguaje de Gregorio Salvador, la experiencia y sabiduría de Juan Pérez Arcas, el sentir profundo de Paco Valdivieso, la historia de éxitos de Luís Bedmar, la chispa y espontaneidad de la Kika, la ternura de Lola y la sinceridad y sencillez de Juanito "el Marchante". Pero queridos amigos, eso rayaría en la perfección y vivimos en un mundo imperfecto. A cambio, esto es lo que hay. Yo soy la dura realidad que esta noche tenéis. Así que lo siento sinceramente por vosotros.

 

Antes de entrar en materia quisiera haceros la solemne promesa de que voy a ser todo lo breve que pueda, porque soy consciente de que lo que realmente importa esta noche es que se dispare la fiesta, y me consta que las espadas y cimitarras están afiladas, y los trabucos y pistolones cargados de pólvora, y es mucha la impaciencia por empezar esta incruenta y magnífica batalla por poseer a la auténtica reina de Cúllar, a nuestra queridísima Virgen de la Cabeza.

 

También os quiero advertir que si observáis que me muevo demasiado, o que mi voz no  saliera nítida  de mi garganta,  no es porque  tenga  frío o padezca una afonía, será simplemente que los nervios me estarán jugando una mala pasada.

 

Durante el transcurso de este pregón es posible que en algún momento confunda la realidad con la fantasía en el afán de que mis relatos os resulten agradables. También veréis que se entrelazan  los recuerdos  nostálgicos con otros bastante menos serios. Los que me conocéis sabéis que me gusta bastante la fiesta y el cachondeo, por eso trataré de compaginar con la seriedad que este acto requiere  algunas pinceladas de humor. Si logro hilvanar  una buena faena me podréis llamar torero, pero si no lo consigo, os suplico que no me tiréis muchos tomates que el traje me ha costado un dinero.

 

Para los que no me conozcáis, deciros que soy Juanito el de la luz. Que soy hijo de Vicente y de Carmen, y que tengo una familia maravillosa, y si todo eso era poca suerte, encima nací en este pueblo, querido Cúllar, un 23 de agosto, en plenas vísperas de San Agustín. Como para que no me gusten las fiestas.

 

Hechas las presentaciones, aquí estoy, y creo que es irremediable el que tengáis que soportarme y  juzgarme por lo que diga esta noche. Considero un grandísimo honor el poder dirigirme a vosotros desde este magnífico atrio, y cuento de antemano con vuestra benevolencia.

 

Cuando, tras el susto inicial, acepté esta responsabilidad, y no sé si obedeciendo a un proceso lógico para estos casos, mis recuerdos de la niñez y  juventud empezaron a pasar ante mí como si estuviera efectuando un balance de esos años,  y, curiosamente, no sé si porque el transcurso del tiempo dulcifica los recuerdos, mi memoria se llenó de olores, colores, sonidos y sensaciones agradables, y también, por qué no decirlo, de ausencias y añoranzas irreparables e irrepetibles.

 

Recordar el olor del pan recién hecho; el de la cebolla picada los días de matanza; el del aceite de las almazaras, el olor único e inconfundible de los tomates de la laera (como diría el entrañable maestro Hipólito "puntos rojos de la laera"). También recordé el colorido de los atardeceres tras Jabalcón, y el color oro de los campos de trigo en el momento de la siega.

 

Se me presentaron, igualmente, los sonidos de los martillos de las fraguas, de las campanas de la iglesia, de las gotas de lluvia golpeando las calles empedradas. Volví a sentir las sensaciones olvidadas, los estados de ánimo, el afecto y el temor a los viejos maestros que, con tan pocos medios, luchaban por hacernos hombres de provecho; recordé aquella sensación de mareo después de fumar el primer cigarro, furtivos en la clandestinidad del campanario (que si no recuerdo mal, fue con Diego "el Perinche ", que fumaba más que un carretero).

 

También desfilaron con gran nitidez, cual si hubieran ocurrido ayer, los recreos de la escuela del Pósito, los compañeros de pupitre, los juegos. Yo no sé si ahora ocurrirá igual, pero cuando yo era niño cada juego tenía su época.

 

El "boli" se jugaba  por las matanzas. Cuando llegaba la feria solíamos jugar a las trompas, que como tenían las puntas redondas nos apresurábamos a ir a la fragua del tío Isidro para cambiársela por otra con pico, por si jugábamos "reorde robao" tener una cierta ventaja ...

 

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