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Pregón de

Don Gregorio

Salvador

Caja

Cúllar tiene excelente tradición de pregoneros. Sabrosos y pintorescos resultaban algunos de los pregones que se oían en mis tiempos, cuando el pregonero lo mismo hacía saber los bandos del Alcalde que la llegada de pescado fresco o de un camión de melones o de agua, con interpretaciones tan personales del texto que leían que solían proporcionar más regocijo que exacto conocimiento del mensaje transmitido. Lo que a veces era hasta bueno y ayudaba a sobrellevar las pesadumbres,  pues cuando quedaba claro que lo que se anunciaba era, por ejemplo, el cobro de las contribuciones, ya la gente se había reído un rato con las disparatadas frases que se habían escuchado.

 

Pero lo que yo vengo a anunciaros hoy son los gozos, actos y esparci­ mientos de las fiestas que empiezan, y puede que resulte tan estrambótico mi pregón como aquellos otros que he recordado. Porque en ellos la extravagancia consistía en el desconocimiento de las palabras que se habían de vocear y en los desajustes que tal desconocimiento provocaba, y la mía puede derivar de mi absoluta ignorancia acerca de  las cosas que tengo que anunciaros. Seríais más bien vosotros los que tendríais que explicarme en qué consisten ahora las renovadas fiestas de moros y cristianos. Porque yo recuerdo vaga y confusamente las de mi infancia: la subida a la torre, la batalla fingida, la pólvora, los caballos. ¿Qué puedo yo anunciar, si todo lo que se agolpa en mi cabeza son lejanos recuerdos y abuelorios, y de lo que hacéis ahora  sólo tengo la mínima referencia de lo que estoy presenciando y de un vídeo con un desfile de hace dos años? Advierto, claro está, un esplendor inusitado en lo que ahora se hace, un derroche de lujo en los ornatos y vestiduras, un brillante alarde en la representación. Las fiestas de antaño eran más pobretonas, ¡qué duda cabe!, no faltaban los atuendos improvisados, las colchas y cortinas en función de capas, las toallas convertidas en turbantes moros y hasta algún viejo perol transformado  en casco cristiano.

 

Cúllar fue lugar fronterizo durante algo más de un par de siglos, y eso deja huella. Nos quedó el rito de este toma y daca de moros y cristianos, estas representaciones  conmemorativas de las sucesivas conquistas y reconquistas a que el pueblo se vio sometido. La frontera del Reino de Granada dio lugar, en su parte andaluza, a un género literario épico-lírico, el romance fronterizo, y en su parte levantina, que es la nuestra, a estas escenificaciones teatrales, que habían tenido su origen en los territorios recuperados previamente por la Corona de Aragón. De esas tierras y de las más orientales de Castilla procedían nuestros antepasados, los que repoblaron Cúllar a fines del siglo XV, y ellos trajeron esas tradiciones levantinas y nos dieron sangre y raíz, savia y simiente. Y tengo entendido que han sido nuestros emigrantes de este último medio siglo a esas mismas tierras los que han vuelto a revivir y retornan cada año, con redoblados  bríos, a potenciarla  y abrillantarla. De nuestra historia fronteriza nos quedó también  el ansia emigratoria. Una frontera representa siempre una invitación a cruzarla y, aunque luego desaparezca, ese afán por conocer las otras tierras no se pierde con las nuevas generaciones. Cúllar es un típico pueblo de emigrantes y a la vista está, porque muchos estáis aquí hoy; estamos, digo mejor, porque yo también soy, en definitiva, un emigrante.

 

Todos juntos, los que aquí vivís y los que viven fuera, os habéis reunido en estas fechas abrileñas, despreocupados y dispuestos a divertiros, a compe­ tir con gallardía en esta contienda imaginaria (¡ya que todas las guerras fue­ ran así!) y yo que me alegro de compartir la fiesta con vosotros después de tanto tiempo, ni siquiera puedo tomar partido, porque como ya habéis visto, tanto cristianos como moros me han otorgado plaza de honor en su bando y a todos me debo, con todos estoy.

 

Tira de nosotros el pueblo, no lo podemos remediar. Aunque uno se demore en volver y no encuentre casi nunca la fecha apropiada entre tantos azagazos, trabajos y ajetreos a que nos obliga la vida. Yo tenía ganas de venir a Cúllar a conocer, que no a pregonar mientras no las conociera, estas renovadas fiestas de moros y cristianos. Y ha tenido que ser la fuerza de vuestra amabilidad la que me traiga. A proclamar mi ignorancia de lo que anuncio, pero también  mi alegría porque me dejéis pregonarlo.

 

Sé lo que pierdo con no vivir aquí, tengo plena conciencia de ello, de lo más valioso y excepcional que poseemos. Hace algunos años coincidí en Málaga, en un curso de verano, con un profesor norteamericano, viejo amigo mío, que tenía que ir desde allí hasta Barcelona, en coche, y a quien le indiqué que la mejor ruta, la más corta, pasaba por aquí, siguiendo hacia Huéscar y Caravaca. Lo vi algún tiempo después y le pregunté por su expe­ riencia. Había llegado a Cúllar a la caída de la tarde, había dormido aquí y había seguido viaje al día siguiente: estaba sencillamente deslumbrado. "'Es la región más transparente del aire -me dijo-, por fin la encontré". La región más transparente del aire había llamado al valle de México, a principios  de este siglo, un escritor de aquel país. El crecimiento desmesurado de la ciudad, hoy la más grande del mundo, ha convertido aquel viejo paraíso diáfano y luminoso en un infierno de humos y de gases. Mi amigo había escrito hace años un artículo sobre esa bella imagen literaria y la sucia, nebulosa y con­ taminada realidad actual del valle de México, que concluía con la siguiente frase: "¿Dónde estará ahora la región más transparente del aire, si es que existe?" Y la halló finalmente en esta tierra nuestra, hace once o doce años, a primeros de septiembre. "No he conocido nunca un lugar de aire más diáfano, de cielo más limpio que tu pueblo -me  dijo-. Viví allí un atardecer inolvidable. Y la calidad de la luz de esa mañana de mi marcha, entre cúllar y la Puebla de Don Fadrique, todavía me tiene traspasado. No me habías dicho que tu pueblo era así".

 

Y el caso es que yo lo sabía, pero tenía mis dudas: pensaba que era mi nostalgia la que le ponía la luz al recuerdo. Pensaba en el poeta Juan Ramón Jiménez que había definido a Moguer como "la luz con el tiempo dentro" y creía que cada uno de nosotros, cuando está ausente, instala su propio pueblo en el centro del verso juanramoniano. Pero resulta que esta luz de Cúllar, esta transparencia de nuestro aire, no es literaria sino real. En ella estáis y a ella he vuelto, a compartirla algunos días, dichosamente, con vosotros. Pienso que me he pasado la vida jugando  al escondite, yendo de acá para allá, pero que Cúllar  es  la chaúna  a la que  hay  que  volver  para  sentirse  libre, el  lugar inviolable y seguro donde acaba el juego  y retorna uno a la realidad.

 

Nunca he sido hablanchín ni halacanero. Difícil me ha sido trazar este pregón de unas fiestas que no conozco, que voy ahora a conocer. Desfiles, bandas, fuegos, verbenas, concursos, de todo habrá según el programa. Con­ fiemos en que no nos las chafe algún efaratabailes, que tampoco faltan, a veces, en estas ocasiones. Disfrutad intensamente de todo lo que sea gozoso para vosotros. Yo ya estoy disfrutando de la dicha de estar aquí, de haber vuelto, siquiera sea por unos días, al lugar más  transparente del aire, a la diáfana luz de mis orígenes.

Gracias a todos por haberme invitado, por haberme ofrecido esta ocasión inolvidable de reunirme con vosotros en estas vísperas festivas y haberme concedido la palabra para anunciaros lo que va a venir, o sea, por brindarme esta oportunidad de ser, ya que no profeta, al menos pregonero en mi tierra.

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