Pregón de
Don Fernando
Rull
(Extracto)
Sr. Presidente, directivos y hermanos de la Hermandad de la Virgen de la Cabeza. Sres. Presidentes y directivos de las comparsas de Moros y Cristianos. Sus majestades, los Reyes Moros y cristianos, entrantes y salientes. Queridos amigos y paisanos de Cúllar y queridos visitantes.
Puede parecer superfluo por evidente, pero no puedo menos que comenzar este pregón agradeciendo el nombramiento, manifestando mi orgullo y sintiendo la emoción que cualquier Cullarense sentiría al poder dirigirse a sus paisanos. Antes que nada, gracias, por estar aquí.
Hoy quisiera abusar un poco de vuestra paciencia "entangarillando" un manojo de recuerdos y vivencias con algún que otro pensar. Que nos permita, no sólo pasar un agradable rato, sino también, retrotraernos juntos a tiempos, que tal vez no fueron ni perores, ni mejores, solo pasados.
Se me relaciona en la actualidad, con problemas del especio y con la exploración del Cosmos. Realmente, la historia viene de más atrás. Cuando yo tenía 3 años, el Universo iba del callejón del horno a la fragua del tío Jorge. Aquel Universo tenía una sola dimensión, la de la acera rota y remendada, que era recorrida una y otra vez a toda velocidad, por un niño de piernas torcidas, ora empujando una silla de anea de mi tía Piedad, ora empujando el tacatá de mi hermana Loly, con evidente peligro para su integridad física.
La segunda dimensión del aquel Universo estaba limitada por un grito, el de mi madre, siempre atenta y cuidadosa de sus hijos: ¡Fernandito, no atravieses la calle que te va a pillar un coche!. En aquel tiempo, quitando la “rubia” y el coche de Fermín, muy de tarde en tarde, lo más que te podía atropellar era el carro del Barrenas, cuyas mulas deberán pasar a la historia social de Cúllar junto a los burros del "Chafael" con su cantaros de agua de fuente de la "Kaikuta". El callejón del horno y los otros callejones de arriba eran un mundo de miedos y terrores contados al calor de la lumbre de invierno. En cambio, la fragua, era un mundo mágico de maquinas, fuego y martillos. Y allí, el tío Isidro me hizo mi primera rula y su guía, con la que jugué sin parar con su hijo Jorge mientras me sentía al niño más feliz del mundo.
Aquel pequeño Universo comenzó a expandirse, sobre todo por el oeste. La talabartería, la carpintería, la escuela de las Casas Baratas, el campo de fútbol, la música con Jesús Sánchez, en la que nunca destaqué. Pero sobre todo, las fraguas y los talleres.
Y en nada de tiempo, vimos hacer ruedas de carro al fuego, arreglar los primeros tractores y desguazar los primeros coches. Yo no lo podía percibir entonces, pero allí, en el microcosmos del Puntal de Cúllar, de modo vertiginoso, España se estaba transformando de agrícola a industrial, por delante de mis ojos. Los artífices de tal transformación han de ser mencionados ya que eran, ni más ni menos, que el maestro Hipólito ("maestro Incorpulento"), el maestro Barea y más tarde, los "Chanitos", los "Lucas", los "Yoyos" y tantos otros que a su vez heredaron el oficio. Y yo aprendía, jugaba con las maquinarias (incluidos los carburos y su tremendo peligro) y no conseguía montar nada sin que me sobraran tornillos. Las escuelas del "Pósito" y luego el fútbol en las eras, con las figuras del momento: Pepito el telegrafista, Aránega, Arostegui, El Goro, Frasquito, cambiaron mi percepción del pueblo. Aquello, que a las cortas piernas de un niño se antojaba enorme, iba tomando forma y dimensión. Quedaban los barrancos, que por aquél entonces llamábamos "Corea", como un mundo remoto e inaccesible. Pero la suerte estaba de mi lado. Yo me llamaba (y aún me puedo seguir llamando con orgullo) Fernando, el hijo de Don Moisés el Practicante. Y la admiración por lo que hacía mi padre junto el amor por las motos y los coches me llevaba con él, de aprendiz de chofer, de la Cuesta Turrillas, a los barrancos. Y de estos, a la Venta del Peral, El Margen o la Hinojora. Y aquel pequeño Universo que nacía en una acera del puntal, se iba llenando de paisajes, de cuevas, de ramblas y de cuestas, de fríos mal tapados con papel de periódico en el pecho y de soles abrasadores. Y lo más importante, se iba llenando de gentes con miserias y dificultades. En aquel Universo, aunque yo no lo sabía, se estaba instalando la conciencia social. Y ya nunca me abandonaría.
Muchas de aquellas cuevas y casas se fueron vaciando. Nacieron los emigrantes. La historia reciente del pueblo no sería la que es, sin ellos, ni las fiestas de Moros y Cristianos, seguramente tampoco. La vida de un niño normal en el contexto de un barrio normal, seguía su curso normal. Salvo por la afición a jugar continuamente con los amigos (los Torres, los Canutos, los Montes, Rafa!ín y mi vecino de la cuesta, Manolo el Montes, el tipo más fino con el tirachinas que imaginarse pueda) y a inventar cosas.
Un buen día, con la inestimable ayuda de Rafalín el de Mariano el de la Droguería comencé a construir un paracaídas tamaño natural. Tras muchos ensayos con prototipos pequeños, donde las muñecas de mis hermanas eran sistemáticamente lanzadas a buena altura y en la mayoría de los casos descalabradas consideré llegada la hora de lanzarme en persona. El primer intento fue por el hueco de la escalera de mi casa y el castañazo, inolvidable para toda la vida. Pero en lugar de acobardarme, mejoré el prototipo y un buen día me presenté en casa de D. Manuel el Cura y le pedí las llaves del campanario, seguro de mi éxito. Pero, en lugar de darme las llaves, me llevó agarrado de una oreja a mi casa, donde el castigo estuvo a la altura de donde pretendía tirarme y que podéis contemplar con vuestros propios ojos hoy. Y seguramente, si aquello hubiera sucedido, en lugar de un pregonero aquí subido en las escalinatas, habría seguramente una placa que diría algo así: aquí yace aquel idiota que intentó tirarse en paracaídas de la torre.
La relación con D. Manuel me gustaría explicarla un poco más. Fui monaguillo un tiempo, donde conocí a "Juanito el Monaguillo", travieso y ágil como ninguno y con quien tuve una larga amistad. La verdad es que no me consideraba muy "creído" en los temas de la religión y pronto encontré un lugar mas divertido en los bancos traseros de la iglesia. Tanto mi padre, como otros hombres, salían a fumar un cigarro durante la homilía y yo, naturalmente, con ellos. Naturalmente, D. Manuel nos veía desde el pulpito, no dudando en recriminar en varias ocasiones públicamente estas actitudes. Y su manera, como bien recordareis, era más cercana al trueno que al suave rumor del agua fresca. Pero siempre tuvimos un cariño mutuo. Años después D. Manuel me encomendó la tarea de diseñar y dirigir la obra de la Iglesia de la Venta del Peral. Trabajé en ella un verano entero y mi salario era de un café con leche y un bollo diarios. Iba corriendo por la mañana temprano y volvía corriendo al mediodía. Teníamos que preparar todo el material insitu, desde las vigas, a los morteros, etc. Yo le calculaba los materiales necesarios, pero él siempre me decía: ¡estamos en la ruina, no se puede echar tanto cemento ni poner tanto hierro! Yo me asustaba porque pensaba que algún día se caería la Iglesia. Así que decidí aumentar los cálculos, sin decirle nada. Yo calculaba dos veces y él rebajaba la mitad. Nos engañábamos mutuamente, pero ahí está la Iglesia. El verano del 58 un grupo de la escuela hicimos un viaje a Baza en el coche de Fermín, (un Studebaker de 12 cilindros imponente) para examinarnos en el Instituto Laboral "José de Mora''. Arrancaba nuestra vida de estudiantes y ya nada sería igual desde entonces. Fui de Baza a Villarrobledo y luego a Valladolid.
Etapas de la peripecia vital, donde se forma la personalidad y el individuo se hace hombre. Institutos, pensiones, residencias, internados, los amigos, la solidaridad de repartir el tocino y el relleno que nos llegaba en el correo (al autobús de los Maestra, se llama "el correo") y me acuerdo de Domingo, Joaquín, Riquelme, mi primo Santos... y tantos otros. Luego, trenes nocturnos, durmiendo de pie camino de Madrid. De amigos que van tomando caminos distintos. Los primeros que se colocan, los trabajos, las distancias. Y la separación inevitable.
Valladolid, tras la fugaz permanencia en común con mis tíos Juan y Loly ya representa una vida en solitario, donde los únicos anclajes con la memoria del pueblo venían de la amistad siempre mantenida con José el "Tiznajo". Cuantas meriendas habremos echado, hablando de las gentes de Cúllar, de los emigrantes y de lo que es la visión distante, pero precisa, en la retina de la memoria.
Y de Valladolid a Montepellier. Francia es un hito trascendental en mi vida. En Montpellier, no solo me formé como científico y abrí la mente a lo que en aquel tiempo se podía considerar un país moderno y desarrollado. Allí conocí a la que desde entonces, hasta ahora y que no imagino de otra manera, es mi mujer, Loma. Cómo nos conocimos daría para más de media novela. Y tampoco hubiera sido posible la existencia de mis hijas, Débora y Diana. Yo siempre he creído que salieron al padre en lo guapas, pero todo el mundo me toma por loco.
Francia, Inglaterra, Dinamarca, los países del Este, en el fondo Europa fue mi escuela de formación. Y pasé una etapa muy común a muchos de los emigrantes cuando se encuentran en ciudades cosmopolitas. Muchas gentes vienen de muchos sitios diferentes y todos llevan en su corazón la nostalgia de su pueblo, que es la misma que la tuya. Y entonces te percatas que ya tu pueblo no puede ser lo mejor en todo. Te vuelves crítico, pero tu crítica vale de poco porque lo que tu conoces no es compartido. En muchos aspectos, ni siquiera vislumbrado. Se entra en la frustración y se tardan años en volver al equilibrio. Y luego el camino se abrió más aún, Japón, América del Norte y del Sur, África, Australia, Hawai. Y por donde fuere, siempre hablando de mi Granada y mi pueblo, a mucho orgullo. Hace menos de un mes, en medio del desierto de Mauritania, los nómadas almorávides me preguntaban por España. Yo les conté que era de un sitio tan bello, que ellos lo consideraban el paraíso en el pasado. Ese sitio era Granada y les decía, que yo venia de un pueblo, que seguramente mil años antes era como el suyo. En su soledad y miseria, el nombre de Cúllar y de Granada resonaban majestuosos para ellos, entre las grandes dunas.
Ahora, a la madurez, mi Universo se amplia aún más. La peripecia profesional me conduce a dirigir y responsabilizarme del desarrollo de un instrumento para una misión espacial. Este instrumento, si no falla nada de los miles de imposibles que hay que resolver, y que aun no sabemos del todo como, en 2013 viajará al planeta Marte. Allí, intentará buscar rastros de otras posibles formas de vida. Vamos a intentar comprobar experimentalmente que no estamos solos en el Universo. Ahí es nada!!! También me llegan cantos de sirena para participar en el nuevo y ambicioso proyecto de establecer una base permanente en la Luna, en otras nuevas misiones a Marte y en muchos interesantes y atractivos retos científicos. Pero yo no sé lo que pasará en el futuro. Lo que si sé claramente, es que, en esta expansión enorme, en este salto brutal desde el pequeño Universo unidimensional del Puntal de Cúllar, al que mi entender tuvo acceso por primera vez, mis orígenes vendrán conmigo. Y allí, por el profundo y helado espacio donde viajen estas naves y allí, en la superficie del planeta o satélite donde se posen los instrumentos. Allí, el sonido de las fraguas, el espíritu pionero de los maestros mecánicos, el ejemplo de trabajo y tesón de mi padre, el practicante, los recuerdos de los amigos de siempre, harán el aliento todo, codo a codo, con el empuje de los cohetes. Y cuando todo pase, sea del color que quiera y ya algo mayores, seguramente, volveré tranquilamente, con mi mujer y mi familia, a la nostalgia. Llamaré a Juan el de la Kika, y a los amigos. Y les diré: tomemos unas cañas que os quiero contar una sencilla historia:
¡¡¡Cómo salir de Cúllar y llegar a Marte!!!
¡¡Muchas gracias!!
¡¡¡Viva la Virgen de la Cabeza!!!
¡¡¡Vivan las Fiestas de Moros y Cristianos!!!